27 dic 2007

Las Mentiras de la Industria Nuclear

Hoy mismo, nos hemos dado de alta como un blog más dentro de la comunidad Hispana de Blogs de Energía & Medio Ambiente. Nos parece una iniciativa notable, no sólo por lo que pretenden como punto de encuentro y difusión sobre temas medio ambientales, si no también, y a nuestro modo de ver tal vez el aspecto más destacable, por la calidad de la información que hay. Esperamos estar a la altura.


Queremos comenzar nuestro repaso a esta comunidad, por cierto os recomendamos que la echéis un ojo por que es muy interesante, como decíamos, queremos comezar nuestro repaso con un artículo de Josep Puig (Dr. Ingeniero Industrial y profesor de la UAB) aparecido en el blog Soliclima del 26 de diciembre sobre las mentiras que está tratando de "vender" el lobby pronuclear.
En estos momento de indecisión, se están aprovechando de la coyuntura para tratar de ganar posiciones ante el inminente reajuste de la producción energética mundial, y no sólo lo decimos nosotros, es una realidad que salta a la vista. Se están revistiendo de un halo verde para camuflarse como una alternativa "viable" a las fuentes energéticas productoras de CO2.
Opinamos que ésto es un tremendo error. Creemos que el coste de oportunidad que conlleva la industria nuclear, es más necesario y urgente, en otro tipo estudios sobre fuentes energéticas renovables, no contaminantes y de larga duración. La energía nuclear, no es más que un parche.

Desde hace un tiempo, la industria nuclear, moribunda por falta de pedidos de reactores, ha lanzado a los cuatro vientos campañas de intoxicación a través de sus propagandistas.

Hace tiempo nos quiso hacer creer que era «la solución» a los problemas energéticos del mundo. Ahora nos quiere volver a engatusar haciéndonos creer que es «la solución» a las emisiones de CO2. Los promotores de la energía nuclear ya dijeron una vez que la electricidad nuclear «sería tan barata que no haría falta medirla», y la realidad ha sido bien distinto de lo que prometían.


Hace tiempo nos quiso hacer creer que era «la solución» a los problemas energéticos del mundo. Ahora nos quiere volver a engatusar haciéndonos creer que es «la solución» a las emisiones de CO2. Los promotores de la energía nuclear ya dijeron una vez que la electricidad nuclear «sería tan barata que no haría falta medirla», y la realidad ha sido bien distinto de lo que prometían.

Ya el año 1971, uno de los propagandistas de la fisión nuclear, B. Y. Spinrad, pronosticó que «a comienzos de los años noventa casi el 90% de la nueva potencia eléctrica instalada en el mundo, excepto en África, sería nuclear, y que la fisión nuclear suministraría más del 60% de la electricidad generada en el mundo». También en 1971, Glenn Seaborg (premio Nobel 1951 por la investigación en la química de los elementos transuránidos), entonces presidente de la US Atomic Energy Commission, dijo: «El año 2000 la energía nuclear aportará inimaginables beneficios que mejorarán la calidad de vida de la mayoría de la población del planeta».
Los reactores de fisión nuclear no sólo tenían que generar toda la electricidad para los usos domésticos e industriales, sino que tenían que transformar la agricultura, energetizando los complejos de producción de alimentos, produciendo fertilizantes y desalinitzando el agua del mar.

Este concepto de »nuplexos» (complejos nucleares) fue propuesto el año 1956 por Richard L. Maier, y posteriormente fue elaborado por el Oak Ridge National Laboratory. Estos complejos –basados en grandes centrales nucleares (y eventualmente reactores reproductores), situadas en áreas costeras desérticas, abastecerían energía por desalinizar agua de mar, producción de fertilizantes, polígonos industriales y cultivo intensivo de plantas– tenían que transformar las zonas desérticas del mundo en zonas habitables y productivas. Entonces, la nucleocràcia no tenía ninguna duda de que la energía nuclear sería absolutamente indispensable. Seaborg y Corliss pensaban que sin la civilización se ralentizaria hasta detenerse. También proponían un mundo plenamente nuclearizado en que, además de grandes reactores para generar electricidad, habría barcos de carga y aviones de pasajeros alimentados con energía nuclear, e incluso coches nucleares. También imaginaban el uso de explosiones nucleares «controlados» para extraer minerales, petróleo y gas de la corteza terrestre, para desviar el curso de ríos, para abrir canales de navegación nuevos y puertos también nuevos en Alaska y Siberia, y que se instalarían reactores nucleares para la propulsión de cohetes para transportar humanos al planeta Marte.

En estas visiones del futuro nuclear, las personas vivirían bajo tierra (para protegerse de la radiactividad ambiental), dejando la superficie de la Tierra para la naturaleza silvestre (y envenenada radiactivamente). Para volver a conectar con la naturaleza, sólo se tendría que coger el ascensor (eso sí, con un vestido protector de las radiaciones). En un mundo como el descrito por los primerizos propagandistas de la energía nuclear, los reactores de fisión tenían que ser una cosa mágica, sólo un artilugio temporal, antes de ser seguidos por los reactores de neutrones rápidos o reproductores. La tecnología de los reactores reproductores ha sido uno de los fracasos más espectaculares de la tecnología nuclear. Hoy no hay ninguno en funcionamiento en el mundo, y los pocos que se llegaron en construir tuvieron que ser parados y abandonados, a pesar de que General Electric esperaba que los reactores reproductores comerciales serían introducidos en el año 1982 y que en el año 2000 representarían la mitad del parque nuclear mundial.

Los reactores reproductores no han sido la última promesa nuclear: desde comienzos de los años cincuenta la nucleocràcia ha tenido un gran interés en dedicar grandes cantidades de dinero a una fuente «limpia» de energía: la fusión nuclear. El año 1971, Seaborg ya confiaba que los experimentos de fusión nuclear llegarían a generar más energía que la que gastaban en el experimento a partir del año 1980. En 1972 se predijo que en el 2000 los reactores de fusión nuclear ya generarían electricidad a nivel comercial. En 1979,el International Fusion Research Council concluyó que «en cincuenta años se produciría energía a partir de la fusión».

En 1987, después de analizar los cuarenta años de investigación entorno de la fusión y de analizar los más de 20.000 millones de dólares que se le habían dedicado, un grupo de trabajo de l'Office of Technology Assessment concluyó que «el reactor de fusión comercial estaría disponible antes de cincuenta años». En noviembre del 1999, los científicos implicados en el proyecto International Thermonuclear Experiment Reactor (ITER) insistieron otra vez que «la electricidad a partir de la fusión nuclear sería una realidad en cincuenta años». Si alguna cosa han descubierto los científicos de la fusión es la ley de los 50 años que siempre faltan para alcanzarla!

Ante tanto engaño interesado y tanta mentira, la realidad de la energía nuclear es la que es. Puede comprobarse en el informe Nuclear Industry Status Report 2007 (que se puede consultar en el web Energia Sostenible).

Fuente:
http://news.soliclima.com//index.php [Este artículo, publicado el 23-12-2007 en el diari El Punt ha sido traducido con permiso del autor.]

El negocio del CO2


Si compra un Volkswagen Polo Blue Motion, la empresa afirma que plantará 17 árboles en la Sierra de Segura y que estos absorberán tanto CO2 como el que emitirá el coche durante los primeros 50.000 kilómetros; la empresa Forlasa sostiene en su publicidad que compensa las emisiones de dióxido de carbono que genera su queso manchego; Liberty Seguros ofrece una póliza que por 20 euros más al año compensa las emisiones de CO2 de un coche; la cumbre de Bali generó tanto CO2 como un país del tercer mundo pero no pasa nada: Indonesia plantó a cambio miles de árboles.
En el último año empresas particulares, torneos y hasta automóviles se han apuntado a la compensación voluntaria de emisiones, un negocio que mueve unos 1.000 millones de euros al año, parte de ellos sin control, y que supone una especie de bula ecológica. No importa cuánto contamine uno siempre que luego pague por ello.

"Nos parece bien que muchas empresas y particulares asuman compromisos voluntarios de reducción de emisiones, pero la sociedad tiene derecho a saber cómo se está haciendo", explica el secretario general para el Cambio Climático del Ministerio de Medio Ambiente, Arturo Gonzalo Aizpiri. Por eso, el Gobierno ultima un registro en el Observatorio de la Sostenibilidad del ministerio y la Universidad de Alcalá de Henares para que de forma medible, creíble y controlada se sepa cuántas emisiones reduce cada empresa de forma voluntaria. Para que exista un sello, al igual que para los alimentos ecológicos, que certifique que efectivamente se está reduciendo el CO2, principal responsable del cambio climático. Este dióxido de carbono se acum
ula en la atmósfera, retiene parte del calor que emite la Tierra y calienta el planeta.

Alejandro López Cortijo, director para España de Ecosecurities, una multinacional dedicada a compensar las emisiones, explica el negocio: "Le decimos a las empresas y a los eventos cuánto CO2 emiten. Buscamos proyectos de energía limpia, como una central hidráulica en América Latina, los financiamos y ofrecemos las emisiones de CO2 que eso ahorra. Todo el proyecto está controlado por Naciones Unidas y por los Gobiernos afectados".

Ecosecurities tiene 140 millones de toneladas de CO2 en cartera, un tercio de lo que emite España al año. Creada en 1997, la empresa cotiza en bolsa y compensa las emisiones de Nike o de los condados de Klamath y Lake Counties, en Oregón. La firma, una de las mayores del negocio del CO2, nació al abrigo del Protocolo de Kioto. En 1997, el protocolo obligó a 36 países desarrollados a reducir sus emisiones un 5,2%. A los que no lograran sus objetivos, les permitió comprar de derechos de emisión e ideó los mecanismos de desarrollo limpio: inversión en tecnología limpia en países en desarrollo para descontarse esas emisiones evitadas en el país rico.

Este sistema movió 22.500 millones en 2006 y Naciones Unidas calcula que en 2012 habrá evitado la emisión de 2.600 millones de toneladas de CO2. España calcula que tendrá que invertir 3.000 millones en cupos de emisión y en mecanismos de desarrollo limpio para cumplir Kioto.

Conforme el cambio climático calaba en la conciencia y las empresas pugnaban por ponerse el sello verde, surgió el mercado voluntario de emisiones. Se trata de empresas, ONG, fundaciones que ofrecen la compensación de emisiones sin que estén obligadas.

La empresa Liberty seguros en España, por ejemplo, asegura que compensará las 4.853 toneladas de CO2 que emite al año por el consumo de electricidad, papel y desplazamientos. Liberty afirma que a través de la Fundación Ecología y Desarrollo plantará en tres años 240.000 árboles en Costa Rica que capturarán 37.600 toneladas de CO2.

Esa fundación es una de las más activas en España. Su volumen de negocio da idea de cómo ha evolucionado el mercado. En 2005 compensó 645 toneladas de CO2 y en 2007 multiplicará por 11 esa cifra, hasta las 7.515 toneladas. Esta fundación fue la elegida por Medio Ambiente para compensar las emisiones de las más de 40 personas que desplazó a la cumbre del clima de Bali. Lo hará construyendo una central minihidráulica en Sumatra (Indonesia).

López Cortijo afirma que en 2006 los mercados voluntarios movieron 300 millones de euros, cuatro veces más que el año anterior y cuatro veces menos que en 2007, por lo que ya supera los 1.000 millones. Un sector que multiplica por cuatro su negocio al año parece una burbuja.
Al calor del dinero han surgido empresas que sin control venden el sello verde. La estadounidense Planktos pretende fertilizar con 100 toneladas de hierro una zona muerta del Atlántico. Ese es el hierro que le falta al océano y, en teoría, al fertilizarlo permitirá el crecimiento masivo de plancton. Ese plancton, al igual que los árboles, absorbe CO2 al crecer y la empresa quiere vender los derechos de emisión.

"Pero muchos de esos sistemas no están certificados. Tu tonelada de CO2 vale algo si alguien confía en ti, pero nada si no eres serio. Y están proliferando firmas que ofrecen cupo de CO2 sin control", añade López Cortijo.

El precio de la compensación oscila entre los cuatro y los 20 euros por tonelada. Si alguien se las ofrece más baratas, desconfíe. Un viaje de dos personas de ida y vuelta entre Madrid y Nueva York supone la emisión de 7,38 toneladas de CO2
más que lo que emite un chino medio al año. En la web Ceroco2 puede calcular sus emisiones, no sólo de los desplazamientos sino de su vida diaria. Cada vez que enciende la luz, la térmica en la que se genera la electricidad emite dióxido de carbono. Un español medio emite casi 10 toneladas de CO2 al año por lo que compensarlas costaría más de 40 euros por persona al año. Pero si se quiere compensar las emisiones con todas las garantías el precio se dispara, ya que la tonelada Gold Standar (el certificado más exigente) ronda los 17 euros.

Otro problema es que muchas de estas compensaciones se hacen mediante reforestación, que tiene dos pegas: que absorbe CO2, pero sólo hasta que arda el bosque. En ese momento, emite de golpe todo el dióxido de carbono. Y dos: que se paga ahora por lo que absorberá en las próximas décadas, pero no por lo que contamina ahora mismo. El efecto sobre el medio ambiente es, como mínimo, retrasado.

El sistema es éticamente discutible porque aunque compensar emisiones está bien, es mejor ahorrar. Si en vez de 15.000 personas, en Bali se hubiera reunido la mitad el resultado habría sido el mismo pero el derroche mucho menor. En el país asiático todo el mundo anunció que compensaría sus emisiones (incluso países enteros, como Costa Rica, Noruega o Nueva Zelanda, que anularían sus emisiones). Sólo el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, se salió del guión: "Sé que muchos han venido aquí nadando o en velero, pero yo he venido en avión. Y lo he hecho porque creo que mi presencia aquí servirá de algo, que ayudará a reducir más emisiones que las pocas que originará con mi viaje".

Ignacio Jiménez, de Liberty Seguros, niega que su estrategia sea maquillaje verde: "Nos hemos comprometido a reducir un 6% el consumo de energía y a compensar las emisiones hasta de los 5.000 vuelos al año de nuestros empleados. No somos oportunistas, es que el desarrollo sostenible es rentable. Al ahorrar energía, ahorramos dinero".

El negocio del CO2 voluntario se suma al que ya afecta obligatoriamente a las eléctricas. Éstas recibieron gratis del Gobierno entre 2005 y 2007 derechos para emitir 85,4 millones de toneladas anuales de dióxido de carbono. Esos derechos acabaron formando parte del precio de la electricidad y el Gobierno ha decidido restarlos de las cuentas del sector. Las eléctricas van a tener que devolver 1.200 millones por 2006 y 2007. La cuenta puede engordar aún más en 2008 ya que, según los cálculos de Industria, el sector eléctrico,-soliviantado como nunca- tendrá que descontar el próximo año otros 1.450 millones.

La sensación en el sector energético es que esto va en serio. Tras el ensayo pre-Kioto, desarrollado entre 2005 y 2007, llega la hora de la verdad. El valor de la tonelada de CO2 va a ser otro. En los últimos años, el mercado de compraventa de derechos se ha hundido. La tonelada de CO2 para las empresas está por los suelos. Vale céntimos de euro porque los derechos asignados en toda la UE hasta 2007 fueron excesivos. Con el exceso de oferta, los precios se fueron derrumbando desde los 30 euros de principios de 2006.

Pero las perspectivas, ahora que ha acabado el periodo de ensayo, son otras. Los derechos de emisión se han ajustado y el precio del CO2, según la mayor parte de los analistas, va a subir. Para el sector eléctrico español, frente a las asignaciones del periodo 2005-2007 (85,4 millones de toneladas) se han autorizado 54 millones de toneladas anuales en el periodo 2008-2012. El recorte se impulsa desde Bruselas y sobre esa base, las previsiones apuntan que costará entre 16 y 38 euros durante los próximos cuatro años.

Los expertos parecen estar de acuerdo en la importancia que tiene ya un nuevo coste, el de contaminar, que ha surgido como consecuencia de las nuevas necesidades del mundo desarrollado. Ya no es posible un desarrollo a toda costa, sino que la sociedad exige una apuesta clara por la sostenibilidad. Éste es el contexto. Pero en el mercado, especialmente en el nacional, hay una pugna para determinar quién paga y cuánto paga. Iberdrola, con una posición fuerte en las tecnologías menos contaminantes, ha criticado con fuerza el nuevo plan de asignaciones para los próximos cuatro años.

Según su análisis, la mayor parte de los derechos de emisión del sector eléctrico van a parar a las plantas de carbón ya amortizadas y más emisoras de gases. Además, el nuevo Plan, argumenta, otorga casi el 60% de los citados derechos a las centrales de carbón, que suponen solamente el 40% de la potencia térmica instalada en el sistema peninsular susceptible de recibir derechos de emisión.

Según la visión más crítica, el Gobierno ha perdido una oportunidad para primar las inversiones en la mejor tecnología de generación térmica para reducir las emisiones -los ciclos combinados-, lo que podría desincentivar la inversión en las nuevas plantas. El Ministerio de Industria recibe las críticas con resignación. El secretario general de Energía, Ignasi Nieto, considera que se ha hecho lo mejor, dentro de lo posible y sin tentar a la suerte en Bruselas.

En el caso español, señala un alto cargo del Gobierno, los derechos de emisión "han sido la única forma justa de meter mano a las cuentas de resultados de las compañías" y rebajar el ingente déficit que soporta el sistema. Ese déficit -la diferencia entre lo que pagan los consumidores en el recibo de la luz y lo que le cuesta a las empresas producir a electricidad- podría superar a finales de 2008 los 12.000 millones. Es una cifra peligrosa y de pago aplazado. Las empresas tienen derecho a cobrarla y lo harán. Cifras al margen, el Gobierno ha aceptado la idea de que el sistema de reparto gratuito de derechos a las empresas ha sido un fracaso. Y a partir de 2012 se impondrá otro sistema: el de subasta.
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A los españoles les preocupa el Cambio Climático

A los españoles les preocupa el cambio climático, saben que la mayor o menor cantidad de energía que utilizan afecta directamente al clima pero, sin embargo, desconocen las soluciones tecnológicas que pueden ayudarles a reducir su factura energética. Ésta sería la conclusión principal del último informe sobre Eficiencia Energética realizado por LogicaCMG a más de 10.000 consumidores de diez países europeos, entre ellos España.
Un 94 por ciento de los consumidores españoles se confesaron preocupados por el cambio climático y un 79 por ciento reconoció que el consumo de energía que realiza afecta al cambio climático. Asimismo, un 73 por ciento cree que le resultaría de utilidad obtener información en cualquier momento sobre su consumo de energía doméstico - el segundo mayor índice de respuesta entre los diez países encuestados- y un 63 por ciento se declaró preparado para reducir sus demandas de energía si fueran más conscientes de su consumo.
España es el primer país europeo en dar valor a las cuestiones medioambientales derivadas del comportamiento eficiente del uso energético. Casi la mitad de los españoles (42%) colocan en un segundo plano los ahorros financieros que pudieran derivar para su bolsillo. Cabe destacar que el enfoque medioambiental es relativamente más importante entre los encuestados más jóvenes (48 por ciento) y aquellos con un mayor nivel adquisitivo (48 por ciento, también). Los otros países europeos más preocupados por el impacto medioambiental son Alemania y Dinamarca.Si nos fijamos en las posibilidades de ahorro, los encuestados españoles estiman que podrían ahorrar un 20 por ciento de su factura energética si adoptaran comportamientos orientados al consumo eficiente de energía un porcentaje ligeramente menor que la media europea del 22 por ciento. Se aprecia, por otro lado, bastante incertidumbre entre los encuestados de mayor edad: un 50 por ciento de los mayores de 65 años no supieron evaluar el nivel de ahorro que podrían alcanzar en sus hogares.
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El Cambio Climático en la política inglesa

NO podemos evitar el cambio climático. Si no hacemos nada para minimizar el proceso, nos estaremos comprometiendo con un futuro de inundaciones, hambre y enfermedades», decía días atrás el periódico británico The Sunday Times.

Si hay una creencia que comparten sin fisuras los principales partidos políticos del Reino Unido es precisamente la de la amenaza real que el cambio climático representa para la población mundial. Para Menzies Campbell, el último líder de los liberales demócratas, el cambio climático «es ahora el reto más grande al que se enfrenta el mundo». Para los conservadores, «la necesidad de afrontar el cambio climático es urgente». Su líder, David Cameron, pone «el planeta primero y la política segundo». y asegura que «el cambio climático amenaza con socavar los esfuerzos internacionales por eliminar la pobreza mundial». Y, según Gordon Brown, el primer ministro y líder de los laboristas, «tenemos suficiente evidencia de que el cambio climático causado por el hombre es el reto medioambiental más amenazante y con más alcance que cualquier reto al que nos enfrentamos».

La batalla entre los partidos británicos no está, por tanto, en negar o defender la existencia del cambio climático, sino más bien en proponer las mejores medidas para hacerle frente. En los últimos meses, y bajo la presión de una sociedad cada vez más preocupada por el tema, los tres principales partidos han anunciado sus propuestas medioambientales en distintos informes y discursos, a cual de ellos más innovador. Una auditoría elaborada por el Green Standard (alianza compuesta por nueve destacados grupos ecologistas) y hecha pública a mediados de septiembre daba como ganador al Partido Liberal Demócrata, reconociendo su largo historial en defensa del medioambiente. Sin embargo, aunque la auditoria aplaudía los esfuerzos de los tres partidos en materia medioambiental, los consideraba todavía insuficientes.

Desde el Gobierno, en 2005, el entonces primer ministro laborista Tony Blair ya quiso dedicar la presidencia británica del G-8 a dos temas: África y el cambio climático. Ese mismo año, Gordon Brown, en su responsabilidad como ministro de Hacienda, encargaba el estudio sobre «La Economía del Cambio Climático» al economista sir Nicholas Stern. El informe, que vio la luz en octubre de 2006, advertía de que, aunque el coste de estabilizar el clima es muy alto, aún es manejable y retrasarlo no sólo será más costoso sino también más peligroso. Por supuesto, la acción debe ser a nivel global. Como explicaba el diario conservador The Daily Telegraph, según Stern, «si queremos seguir siendo ricos, debemos ser verdes».

Los conservadores criticaron el informe como una mera estrategia de los laboristas para igualar su campaña pro-medioambiente. En diciembre de 2005, David Cameron había creado el grupo asesor «Calidad de Vida» con el fin de ser aconsejado por especialistas sobre algunos temas clave para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, como el cambio climático. El informe final del grupo, publicado el pasado septiembre y elaborado tras consultas con numerosos expertos y grupos ecologistas, concluía con la recomendación de una serie de medidas radicales para combatir los efectos del cambio climático y con el consejo a los países desarrollados de reducir sus emisiones de dióxido de carbono al menos en un 80 por ciento en los próximos cincuenta años. Por las mismas fechas, y coincidiendo con las conferencias anuales de los tres principales partidos, los liberales demócratas presentaban también una interesante propuesta medioambiental.

Hace unas semanas, el 19 de noviembre, el primer ministro Brown anunciaba su posición frente al cambio climático por primera vez desde su llegada al número 10 de Downing Street el pasado junio. Brown, decidido a que su país lidere una «cuarta revolución tecnológica», anunciaba que dado que las predicciones de los científicos son tan alarmantes, está dispuesto a reducir las emisiones de carbono en el Reino Unido hasta en un 80 por ciento para el año 2050, tal y como aconsejaba el informe del grupo conservador.

De lo que no cabe duda es que tanto el Gobierno como la oposición se afanan por ser los más «verdes». Desde que David Cameron es líder del Partido Conservador, por ejemplo, los «tories» se han desvivido por dar una imagen de partido preocupado por la calidad de vida de la población y del medioambiente. La lucha contra el cambio climático es, de hecho, uno de los principales ejes de su programa electoral. Cameron se ha convertido en un defensor a ultranza de las energías renovables y del cuidado del planeta.

Sin embargo, sería injusto pensar que dicha preocupación es nueva en las filas conservadoras. Como nos recordaba el diario The Independent, Margaret Thatcher fue la primera líder mundial que en 1989 habló de la necesidad de afrontar el calentamiento global. Además, según el mismo diario, Disraeli aprobó la Ley de Salud Pública en 1875 para mitigar los efectos que la revolución industrial había provocado en el medioambiente; Edward Heath fue el primer mandatario británico en crear un Departamento de Medioambiente; Chris Patten, el responsable del primer «Papel Blanco sobre Desarrollo Sostenible» elaborado en el Reino Unido; y Michael Howard, quien convenció a George Bush padre para estampar su firma en la Convención sobre Cambio Climático en 1992.

A partir de ahora la disputa entre la izquierda y la derecha va a estar en definir una política económica compatible con la preservación del medio ambiente. No obstante, detrás de la lucha contra el cambio climático se esconde en realidad una lucha entre grupos de interés más que entre partidos tradicionales, que simplemente tendrán que adaptarse en un futuro a las nuevas demandas.

El primer ministro, Gordon Brown, ha pedido a los líderes mundiales «visión y determinación» para hacer frente a este reto. Sin duda, sus rivales políticos apoyan dicha petición. El Reino Unido está decidido a liderar la batalla internacional frente al cambio climático, pero si la acción debe ser global, también lo debe ser la distribución del esfuerzo.
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Relación entre Calidad de Vida e Impacto Medioambiental


El Happy Planet Index (HPI) es un novedoso método de medición que demuestra la eficiencia ecológica con la cual el bienestar humano se reparte alrededor del mundo. Es el primer índice en combinar el impacto ambiental con el bienestar para medir la eficiencia ambiental en país por país, para determinar que gente vive más tiempo y felizmente.


El índice no revela país más feliz del mundo, demuestra la eficiencia relativa con la cual las naciones convierten los recursos naturales del planeta en bienestar (mayor tiempo de vida viviendo feliz) para sus ciudadanos. Las naciones que encabezan el índice no son los lugares más felices del mundo, sino las naciones que conjugan bien los factores: mayor tiempo de vida, felicidad durante ella y de menos abuso de los recursos del planeta. El HPI demuestra que alrededor del mundo, los altos niveles de la degradación de los recursos naturales no producen altos niveles del bienestar, y que es posible producir altos niveles de bienestar evitando el abuso excesivo de los recursos naturales. También revela que hay diversas vías para alcanzar niveles comparables del bienestar. El modelo seguido por occidente puede proporcionar longevidad marcada y la satisfacción variable, pero este provoca u alto consumo en los recursos naturales.


El Happy Planet Index (HPI) desglosa la visión de la economía de vuelta a sus fundamentos absolutos: qué invertimos (los recursos), y qué obtenemos (vidas humanas de la diversas duraciones y felicidad). El índice resultante de las 178 naciones de las cuales se tienen datos, revela que el mundo en su totalidad tiene mucho por hacer. En proporcionar vidas largas y significativas dentro de los límites ambientales de la tierra. Todas las naciones pueden mejorar. Ningún país alcanza la máxima puntuación del índice, y ningún país tiene perfectos los tres indicadores.
Ningún país mostrado en el Happy Planet Index tiene todo bien. Tenemos que reconocer del comienzo que mientras que algunos países son más eficientes que otros en proporcionar felicidad y longevidad para su gente, cada país tiene sus problemas y ningún país se desarrolla tan bien como pudiera. Todavía, increíblemente, es posible ver patrones emergentes que nos pueden mostrar mejores maneras para que alcancemos mejores vidas felices todos.
Adicionalmente, hay un enlace a un test de satisfacción y compromiso con el medio ambiente muy interesante. Esta en inglés, pero es fácilmente comprensible para un nivel medio de inglés. A mí me ha parecido muy útil.
Fuente: